Qué nos queda luego de un año de pandemia, según Nezahualcóyotl
Alejandro Adame Basilio
Bienaventurados los que se hayan podido librar de oír o utilizar la expresión “sin precedentes,” de la que tanto hemos abusado casi por necesidad desde hace un año. Desde luego, en varios sentidos la expresión se justifica de manera sobrada. La terrible experiencia de la llamada influenza española de 1918 a 1920 ha quedado ya (salvo algún caso más que excepcional) fuera de la memoria viva. Hablando puramente desde la perspectiva de los últimos cien años, la expansión geográfica, el impacto en la economía, el número de contagios y las fatalidades del Covid-19 entran a todas luces en el terreno de lo inédito, así como dentro del terreno de lo trágico.
Abuso de su paciencia al subrayar el carácter inédito y trágico de la actual pandemia (por demás obvio) con vistas a hacer pivote y pasar de una perspectiva basada en la memoria viva hacia otra perspectiva un poco más histórica y, quizá, más poética. Hablando más claro, lo que pretendo aquí es rescatar la respuesta poética de Nezahualcóyotl (1402-1472), monarca de Texcoco, frente a las calamidades inéditas y trágicas que azotaron al valle de México por casi una década a partir de 1446. Desde luego, ni de los versos de nuestro príncipe filósofo ni de los de Shakespeare, Homero, Safo, o de los de ningún otro poeta se deben esperar soluciones médicas, económicas o políticas. Más bien, lo que aquí propongo a partir de Nezahualcóyotl es sencillamente un referente de cara a la muy humana pregunta ¿cómo seguir soñando cuando se perdido tanto de lo que nos hacía soñar como antes? Y si bien esta pregunta se ha abordado en todos los terrenos y más allá de todas las fronteras, alguna corazonada me lleva a creer que de algo servirá recordar que nuestro valle del Anáhuac (o de México, si se prefiere) no ha sido la excepción.
En 1446 ocurrió la gran inundación de México-Tenochtitlán, la ciudad más poderosa de la confederación formada con Tacuba y Texcoco (la llamada Triple Alianza). No mucho antes había ocurrido ahí mismo una plaga de langostas que ya había causado estragos en las cosechas de maíz. La inundación exacerbó el deterioro en la producción de alimentos. Para 1448 la sequía se añadía a la lista de problemas. De ribete, para 1450 una onda gélida fuera de temporada multiplicó el alcance de las calamidades, a estas alturas ya propagadas por todo el valle del Anáhuac. A la escasez y la hambruna se aunaba la catástrofe de enfermedades provocadas por la contaminación de las aguas (consecuencia de la muerte de animales acuáticos durante la helada). Si bien el hambre y las epidemias afectaron a todos los pueblos del Anáhuac, Texcoco fue especialmente afligida, perdiendo a la mayor parte de sus habitantes.
Sólo hasta 1455 se normalizó la cosecha y la situación sanitaria.
Historiadores desde Fernando de Alva Ixtlixochitl (c. 1578 – c. 1650) han visto un vínculo entre los horrores de aquella década y la instauración de las guerras floridas a mediados de la década de 1450, a instancias de México-Tenochtitlán, con el fin de obtener prisioneros que pudieran ofrecerse como sacrificios humanos para así apaciguar la furia de los dioses y prevenir futuras calamidades. Nezahualcóyotl, consciente de la posición subalterna de Texcoco en relación con Tenochtitlán dentro de la Triple Alianza, acepta sumarse a las guerras floridas, aunque a título personal detestara los sacrificios humanos. Un ejemplo de su posición en contra a esta práctica fue su prohibición dentro del templo dedicado al dios cuyo culto él mismo había introducido a Texcoco, Tloque Nahuaque (el dios de ‘lo que está al lado y lo que está alrededor). A la estela de una década incalculablemente trágica en Texcoco y el Anáhuac, seguidas de la consolidación del dudoso espectáculo del sacrificio humano en el contexto de las guerras floridas, ¿qué de esperanza le podía quedar a Nezahualcóyotl?
El fragmento de poema que reproduzco a continuación fue incluido por el historiador William H. Prescott en su Historia de la conquista de México, originalmente publicada en 1843 (aunque aquí utilizo la traducción de J.M. González de la Vega, publicada en 1844). Si bien no podemos establecer con toda exactitud la fecha del poema, su espíritu no podría corresponder mejor con el contexto que acabamos de describir:
Todas las cosas tienen su término en la vida, y en la más alegre carrera de vanidad y esplendor falla su fuerza, y se hunden en el polvo. Todo el mundo no es sino un sepulcro, y nada hay que viva sobre la superficie de la tierra que no haya de ser encubierto y sepultado en ella. Los ríos, los torrentes y arroyos, corren a su destino. Ninguno vuelve atrás a su agradable manantial: siguen adelante… El grande, el sabio, el valiente, el hermoso, ¡ah! ¿dónde están ahora? Todos mezclados bajo el césped; y lo que les sucedió a ellos ha de acontecernos a nosotros y a aquellos que nos sucedan. Alentémonos pues, nobles e ilustres caudillos, amigos verdaderos y leales súbditos, aspiremos al cielo, que allí todo es eterno y nada se corrompe. El horror de la tumba es lisonjera cuna para el sol, y las negras sombras de la muerte, brillantes luces para las estrellas.
Como observó el filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein cuando un amigo le leyó este pasaje, aquí hay algo muy similar al espíritu del libro de Eclesiastés: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad.” Pero también hay algo más allá de la mera expresión de desilusión y abatimiento por lo vago, frágil y vano de este mundo. Si bien la vanidad es vanidad, la aspiración al cielo esta predicada en la fe de que la tumba no es la tumba y las sombras no son las sombras.
A un año de pandemia tantas cosas han tenido su término, y en tantos casos, antes de tiempo. Tantas alegrías, vanidades, esplendores. La poesía tan sólo no basta para rescatar lo que nos queda. Queda tanto por hacer a nivel médico, económico, social… Lo que propongo simplemente es la opción de recordar la voz del poeta de Texcoco en esos momentos en que, frente a la montaña de trabajo que aún queda por delante, hace falta escuchar: “Alentémonos pues, nobles e ilustres”.
Referencias:
Flowers, F. A, and Ian Ground. Portraits Of Wittgenstein. London/New York: Bloombsbury Academic, 2016.
Mandujano Sánchez, Angélica, Camarillo Solache, Luis y Mandujano, Mario A. “Historia de las epidemias en el México antiguo. Algunos aspectos biológicos y sociales”. Revista Casa del Tiempo. [En línea] uam.mx, 2003. Disponible en: <http://www.uam.mx/difusion/revista/abr2003/mandujano.html> [Acceso 24 Marzo 2021].
Prescott, William H., Historia de la conquista de México. Tomo I. Ciudad de México: Imprenta de V.G. Torres, 1844.